Capítulo 25: La perfección existe.
(Narra Harry)
Estuvimos
varios minutos más disfrutando de las canciones que ponían en aquella
radio. Decidimos preparar el almuerzo. Íbamos a hacer espaguetis a la
carbonara. No se me daba nada mal. Me salían deliciosos, Louis me enseñó
a hacerlo. Al día siguiente nos íbamos a París y la verdad es que
estaba más feliz que nunca. Comenzamos a cocinar. 'Rest of my life' de
Bruno Mars, sonaba en la radio en esos momentos. Esa canción era
perfecta para mí. Describía todo lo que me ocurrió con Sarah. Sí, era
bastante afortunado. Y como decía la canción tuve que hacer algo bien.
Prometí amarla por el resto de mis días.
Sarah estaba distraída
cocinando. Estaba metida totalmente en su mundo. No pude evitarlo,
corriendo me acerqué a ella y la abracé lo más fuerte que pude. Apoyé mi
barbilla en su hombro apretando los ojos, evitando que un par de
lágrimas salieran de éstos. No la quería soltar. Quería tenerla para
siempre entre mis brazos, abrazada a mí. No quería perderla, no a ella.
Muy despacio me fui separando de ella y besé sus dulces labios. Nos
volvimos a separar y sonreí. Le di un corto beso y seguimos cocinando.
El
almuerzo estaba listo. Mientras yo repartía la comida, Sarah comenzó a
poner la mesa. Decidimos almorzar en el jardín. Desde allí se escuchaba
perfectamente la música. Ya estaba todo preparado. Nos sentamos uno en
frente del otro y comenzamos a almorzar. Al principio no hablábamos
mucho. Ella estaba concentrada en su comida. Pero yo no podía dejar de
observarla. Por mucho que quería sacarle algún defecto no se lo
encontraba. Estaba enamorado de su largo y moreno pelo, de sus finas
cejas, de sus largas pestañas, de sus grandes y hermosos ojos, de su
pequeña y chata nariz, de sus finos labios y su hermosa y única sonrisa.
Su cuerpo era perfecto. La amaba. Amaba su forma de ser, su
personalidad, dulce, sincera, tímida, divertida, cariñosa, humilde,
sensible, fuerte, perfecta. Y para que hablar de su increíble corazón.
Ese corazón que tiene que no le cabe en el pecho. ¿Por qué? ¿Por qué es
tan perfecta?
Sarah despacio levantó su cabeza y me miró. Sonreí.
Sonrió tímida. Me encantaba. Cuando sus mejillas se ponían rojas. Cuando
sonreía a lo bajo. Cuando me miraba con esos ojos de color marrón
claro, esos ojos tan penetrantes. Es ella. Es ella con la que quiero
estar siempre. Era la madre de mis hijos, era ella la chica ideal. Mi
chica ideal. Mía, solo mía. Esa forma tan increíble de enamorarme, de
hacerme sonreír como un completo idiota, esa forma tan tierna de
besarme, esa forma que tenía de hacerme el hombre más feliz del mundo
con solo mostrarme una de sus preciosas sonrisas. Podía llevarme días y
días describiendo lo perfecta que es. No me cansaría por nada del mundo
dejar de observarla, de besarla, de decirle cuanto la amo, de cuanto me
gustaría estar con ella el resto de mis días, de ser ella quien me haga
feliz.
-Me pones nerviosa -susurró Sarah con sus mejillas rojas, sacándome de mis pensamientos.
-¿Te pongo nerviosa? -reí.
-Sí... -fijó sus ojos en los míos. Lo que me hizo dejar de reír y observar atentamente a éstos.
-Me-me gusta -sonreí. Ella soltó una leve carcajada- Te ves realmente hermosa.
-¡Pero si estoy despeinada, sin maquillar y en pijama! -rió Sarah.
-No importa. Para mi estés como estés será la persona más hermosa del mundo.
-Gracias -sonrió mientras una lágrima caía por su mejilla.
-¿Por qué lloras amor? No quiero que llores -me levanté de mi asiento y
me acerqué a ella. Agarré su mano y entrelacé mis dedos con los suyos.
Me puse en cuclillas a su lado. Ella se giró un poco y quedó justo en
frente de mí.
-De pequeña me llamaban fea tantas veces que me lo creí. Había personas
que me decían que guapa eres o cosas por el estilo, yo pensaba que solo
lo hacían por quedar bien, y lo seguía pensando hasta que os conocí a
ustedes. Ustedes, Harry. Habéis sido ustedes quiénes me habéis ayudado y
me habéis echo sentir preciosa y eso nadie lo había conseguido antes.
Aquella
palabras me hundieron. ¿Quién puede decir que Sarah es fea? ¿Qué
persona sin cerebro puede decir semejante estupidez? Recordé aquel día
en la piscina de la casa de Liam. Cuando ella contó su historia, no ha
tenido una infancia nada buena. Pero aún así seguía sonriendo como si
nada le hubiera pasado. Era fuerte. Sarah era un ejemplo a seguir. Observé
los ojos de Sarah. Las lágrimas amenazaban con salir. Pero no lo iba a
permitir. Me acerqué a ella y estampé mis labios con los suyos.
-Eres
preciosa -susurré- Te lo podría decir miles de veces, que nunca me
cansaría. Y quien diga lo contrario que venga aquí a hablar conmigo.
Sarah
río, lo que me hizo sonreír a mí. Esa era la Sarah que yo quería ver.
Una Sarah feliz. No quería verla triste, no quería verla llorar, eso me
hundía. Le dí un beso en la frente y me levanté. Comenzamos a recoger la
mesa. En dos viajes teníamos todo recogido. Sarah comenzó a lavar los
platos y demás, mientras yo limpiaba la mesa. Entré de nuevo en la
cocina y solté el paño en su sitio. Guardé las bebidas que había que la
mesa de la cocina en el frigorífico y me dirigí al salón a bajar el
volumen de la televisión.
-¡Ah! -gritó Sarah.
-¿Qué ocurre, amor? -pregunté entrando corriendo en la cocina. Ella
miraba su mano derecha, mientras que la aguanta con la izquierda por la
muñeca. En su dedo índice había sangre.
-Me he cortado con el cuchillo.
-Chúpate el dedo.
-¿Qué?
-Sí, hazlo.
Sarah me obedeció. Observé como se llevaba su dedo
indice a la boca dubitativa. En ese momento me gustaría haber sido el
dedo. Pero no era momento para pensar en eso. Cogí a Sarah de su brazo
izquierda y la llevé a la habitación. Entré en el baño y cogí el
botiquín. Salí de éste y entré de nuevo en la habitación acercándome a
ella. Estaba sentada en la cama observándose el dedo. Ya no tenía tanta
sangre como antes, pero aún tenía. Me puse de rodillas en frente de
ella, estaba perfectamente a su altura. En cuanto le eché agua
oxigenada, se quejó. Le di un pequeño beso en los labios y saqué las
tiritas del botiquín y le coloqué una en su dedo. Besé con cuidado a
éste. 'También me duele los labios, Harry' dijo Sarah. La miré a los
ojos un instante y la besé. Nuestras lenguas se rozaron. Introduje la
mía en su boca y jugué con la suya. Despacio me separé mordiendo su
labio inferior.
Nos quedamos un instante mirándonos a los ojos. Yo
estaba arrodillado en frente de ella. No hablábamos, no nos hacía
falta, con la mirada pude ver como Sarah pensaba igual que yo. Pensaba
en una boda. Parecía como si me estuviera leyendo la mente. Aún no.
Éramos jóvenes. Pero estaba seguro de que algún día lo haríamos y
formaríamos una familia.
'Vamos a preparar las maletas' dije
levantándome. Abrí el armario y saqué una maleta grande. La eché en la
cama y la abrí. Sarah me observaba atenta. Comencé a sacar ropa. Lo
justo para diez días. Toda la ropa estaba echada en la cama. Sarah la
comenzó a doblar y a guardarlo todo ordenado en la maleta. Mientras,
saqué otra maleta de mano y guardé la ropa interior, los zapatos,
perfume, cepillo de dientes y demás. Sarah ya había terminado. Le estaba
costando cerrar la maleta grande. Riendo me dirigí hacia ella. Cerré la
maleta sin hacer fuerza ninguna. Sarah sorprendida se acercó a mí y me
agarró del brazo derecho apretándome el bíceps. Después, despacio fue
levantando mi camiseta. Pasó la yema de sus dedos por todos mis
abdominales y asintiendo bajó la camiseta. 'Me gusta' dijo Sarah
cogiendo la pequeña maleta. Estallé a carcajadas. Ella me miró
sonriendo, aunque acabó igual que yo. Cogí la maleta grande y la bajamos
al salón. Soltamos las dos en la entrada y subimos de nuevo a
vestirnos. Me puse una camiseta azul marino y unos vaqueros. Me coloqué
mis deportivas blancas y con la mano me peiné. Sarah iba igual que ayer,
con el vestido azul marino y su americana marrón claro igual que sus
tacones. No trajo ropa. Ya vestidos, salimos de la casa y nos dirigimos a
su apartamento a preparar sus maletas.
-¿Dónde vas, Harry? -preguntó una voz varonil detrás de mí- Aún no comenzáis la gira, ¿no?
-No.
-¿Y esas maletas? ¿Te mudas? ¿O son de Sarah?
Entramos lo más
rápido posible en el coche. Había paparazzis y periodistas por todas
partes. Hay veces que agobian, pero bueno, yo decidí entrar en aquel
mundo.
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